AL MEDIO

El miércoles 4 de febrero cumplo 34. 34 es para mí una mitad. como estar en el medio de la vida. por eso, escribí este asunto.

torres

Al medio

Yo fui niña de torre San Borja. Niña de centro que se desbocaba corriendo cuando iba al parque. La niña que veía verde y se volvía loca. La niña que se inventaba amigos imaginarios intrépidos como el lobo feroz. La niña que les dijo a sus padres que ellos no se querían antes de que ellos se dieran cuenta. La niña que se bañaba en las pozas de Curanipe, que se aburría en residenciales de Pelluhue, que se preguntaba qué se sentiría tener un hermano o una hermana (años más tarde lo descubrí) y que jugaba al tombo. Tombo contra la pared de la torre. Estaba la Catalina, sentada bajo un laurel. A gamba la botella de litro de Coca Cola en el local de Don Esmerildo. ¿Por qué a la abuela le quedan las canas moradas cuando va a la peluquería Juanita? Fui la niña cuica del barrio porque tenía nanita, porque la abuela me daba plata para comprarme papas fritas en un local donde almorzaban los doctores de la Católica, porque me ponían vestidos con vuelos y sombreros. Parecía una señora chica. Yo odiaba esos vestidos y las blondas, solo me gustaba un bolsito transparente de plástico que tenía. Y las carteras. Y correr por las escaleras. Y subir al último piso donde decían que se habían tirado los suicidas. Los suicidas de las torres, los más asegurados de todos. Vi a varios: uno volando, a otro en el piso, siempre desnudos, deshojados.

Me gustaba pintarle los ojos a mi abuela. E ir al colegio donde tenía amigos. Porque fui hija única que por ser única pudo ir a colegio caro y cuico. Y allí, en el colegio caro y cuico, había algo que encajaba, pero algo que no. De algún modo yo no era igual que mis compañeritos que iban a Miami de veraneo, que los que tenían mansión en Santa María de Manquehue, que los que tenían esos papás que hablaban con papa en la boca. No, yo era distinta, yo iba a las protestas con mi nana al centro, a mí me mojaba el zorrillo por metiche, nunca fui más feliz que cuando nos mangueréabamos en la casa de mi nana en Peñalolén con los chiquillos y me secaba tirada de guata sobre el pavimento caliente, yo leía cosas y le escribía a Lagos felicitándolo por decirle al Mamo que era un asesino, como correspondía. Yo hacía salto largo y jockey en el colegio, pero en el barrio me colgaba de las micros en patines. Yo cachaba a esas duplas de mamás e hijas que se habían quedado para siempre cuidándose la una a la otra, al guatón cochino del segundo piso que metía putas centroamericanas a su oficina, al administrador que tenía la pura cara de gil nomás.

Yo aprendí unos garabatos irreproducibles de la boca de mi nana. Yo repetía “Juan Pico” cuando alguien era demasiado copuchento y nunca dije pirulín ni cosita. Yo aprendí a decir pico y zorra en edad preescolar. Pero en el colegio cuico, pasaba piola. Me camuflaba bien por tener los ojitos claros, porque aprendí inglés como cuete y me sacaba muy buenas notas.  En resumidas cuentas, era la cuica del barrio y la cuma del colegio. No era de aquí ni de allá. Estaba en el medio. En el Bronx. En las torres San Borja, la Rusia soviética santiaguina. Supongo que estar ahí, en el medio, me sirvió para ser periodista. Para estar un día aquí y al otro acá. Para  meterme a pata en una pobla donde caían niños muertos por balas locas. Para decirle a un pelao que me mostró su pistola mientras reporteaba: “Y a vos quién te metió ficha”, tal como me había enseñado mi nanita: “A choro, chora y media”. Para entrevistar a millonarios en sus mansiones de lujo o estar hospedada en el Ritz de Abu Dabi hablando con jeques que ofrecieron muchos camellos por mi mano. Para ser una lady bilingüe un rato y una comando al otro. Después una se da cuenta de que la que está ahí no es una. Es un personaje. La reportera del crimen. La corresponsal aguerrida que alguna vez quiso hacer el curso de guerra y mandarse a cambiar a Afganistán. La que hace reír a sus entrevistados con su agudeza, la que tiene las patas para preguntarles lo que nadie se atreve, incluso la seductora, ji ji ji, ja, ja, ja. Pero la que llega a casa es otra. Ésa, es mucho más tímida. Más insegura. Más temerosa. Ésa, no se abre con facilidad. Esa no es una Beyoncé latina (jura que mata, decía mi nana también cuando una se creía la muerte) No, ésa tiene miedo. No de los peligros del mundo externo, sino de sus propios fantasmas. Frente a ellos, no hay chora y media que valga.

Crecí escuchando qué suerte, eres inteligente y bonita. Porque acá la fea tiene que ser inteligente. Y la bonita, tonta. Las mujeres no tenemos permiso para tener más de una gracia en terreno machista. (No sabían que además yo era chúcara. Y con eso quedé descalificada de varios juegos) El único que me dijo la verdad fue mi ginecólogo. Me dijo: “Ser bonita e inteligente en este país se paga caro”. Así fue. Los hombres que se acercaron a mí por linda, se asustaron cuando vieron que pensaba. Los que se acercaron sabiendo que pensaba, quisieron competir conmigo. Mientras, yo lo único que quería eran mañanas de desayunos con bandeja en la cama, no echar carreritas. ¿A quién le interesa competir con una tejedora de palabras? Sí, se paga caro. Y yo pagué con años sintiéndome fuera de lugar. Sintiéndome un bicho raro que debía cambiar. Sintiéndome inapropiada. Ahora que sé que soy apropiada, al menos para mi mundo, pago con soledad.  La soledad de estar en el medio. La soledad de no ser la mujer siempre perfecta, la acogedora, maternal, dulce, dueña de casa, atendedora, sonriente y que no discrepa. La soledad de no ser tampoco una yegua competitiva que solo quiere triunfar, congelar óvulos o inseminarse cuando tenga un minuto libre en su agenda, la que quiere ascender a “jefa”. La soledad de no ser la jovencita de la película ni la señora sabia. La soledad de no haber estado nunca dispuesta a callar esta bocota. La bocota que dice: Juan Pico cuando alguien es copuchento. Que dice: este es un país machista mientras se le reduce el mercado cada vez más. Que dice: No me conformo con algo a medias. Que dice: tampoco quiero el sueño estándar de casita, dos niños, patio, perro, nana con delantal, cuatro por cuatro que sería capaz de matar a un roniceronte en la carretera y viajes 2 por 1 de Lan porque me muero del aburrimiento. Que piensa ahora, que vive en Providencia, que la comuna es too much for her, que es más sencillita para sus cosas. Esta bocota mía que como si no le bastara, tiene que escribir para expresarse. Porque la linda escribe.

La niña del medio, bonita e inteligente de Torre San Borja, escribe. Y eso la convierte en una subversiva. En una loca. En una rara. En un cacho. “Aquí no vas a encontrar a nadie. Tienes que buscarte un extranjero”, me repiten cada día más. Me lo dicen hasta los hombres. Me lo dicen en serio. ¿Un extranjero? Al menos no entendería cuando yo digo: Juan Pico. Pero no puede ser muy nórdico ni muy austral. Tendría que ser alguien del medio. Alguien que entienda lo que significa vivir así, haciendo equilibrio entre dos mundos de manera vitalicia. Alguien que lo entienda y lo acepte. Que me mire y que sepa que no soy la reportera del crimen. Ni la cuica del Bronx. Ni la cuma de Provi. Ni la loca. Ni una Beyoncé latina. Ni una hocicona desenfrenada. Que lo vea y no me haga daño al descubrirme desnuda.

Porque al final una es una cebolla que se va deshojando. Que se va desprendiendo. De roles, de personas, de situaciones, de historias. De todas las etiquetas, de cosas que algún día sentiste te identificaban desde la médula hacia afuera. De todo eso te vas despojando o te lo despojan, así es la cosa. O sueltas o te lo quitan. Todo para que al final uno llegue al centro. Y se mire así, despojada, piluchita, haciendo equilibrio en el medio para mantener la cabeza y el corazón independientes. Para no amarrarse ni cazarse con un bando. Para seguir siendo el bicho raro que no encaja. Porque a veces es mejor no encajar que encajar en mundos que no te hacen sentido solo para sentir que perteneces y que no estás solo. Porque a veces es mejor entrar aquí, entrar allá y poder salir para regresar a tu propia isla. Esa que está en medio del mar. En la mitad del mapa. En el Bronx del universo.

6 Comentarios

  1. Andrés Vildósola

    Me parece que en la vida, hasta ahora, te encontraste con puros hombres que tienen el ego más cortito que sus pirulines, porque si no saben apreciar a una mujer bonita + inteligente, están jodidos. No creo que sea cosa de ser o no chileno, de estar allá o acá, sino que se trata del momento correcto, en el lugar correcto y el hombre correcto. Todo a su tiempo, nada es aleatorio. Por último, creo que de tanto escucharlo, te la creíste: los hombres no le tienen miedo a las mujeres cuerdas y fuertes como tú. Hay un Mister P afuera, buscando a la Pepa, la mujer que es capaz de dibujar un mundo entero a punta de palabras.

    Escribe cómo te gustaría que fuera el mundo, dónde encajas perfecto. Elimina las etiquetas que las experiencias te han hecho arrastrar y cree en eso. Nosotros mismos somos capaces de armar nuestro destino con nuestras creencias.

    Un beso!

  2. Julia Laura Chaparro Ayala

    Pepa querida, no sabes la alegria que me da leer lo que escribes, me siento feliz de saber que seguiste tusu sueños, y que plasmas de manera tan hermosa tus vivencia, algo de amar el parque San Borja, ese que algunos vimos crecer, y que ahora queren destruir, Se muy feliz, por siempre, te mando un a barzo y mis mejores recuerdos.

  3. Kuky

    Bien por ti y tu decisión de ser tú misma. Imagino que en la adolescencia, debe haber sido difícil ser la niña del medio, pero también imagino que eso te ha dado más mundo, personalidad y capacidad de adaptación, así que bien por eso también. Y espero que celebres por todo lo alto tus 34 y tengas un año espectacular.

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